#235. La historia real de unos adolescentes de Tonga me ha hecho pensar sobre la condición humana y lo que estamos dispuesto a hacer para sobrevivir.
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Una historia basadas en hechos reales
En 1965, en uno de los lugares más remotos de la Tierra, seis adolescentes se enfrentaban a otro día de clase cualquiera.
Bueno, más o menos.
Estos chavales eran nativos de Tongatapu, la isla principal del Reino de Toga.
¿Os acordáis de Tonga no? tengo un episodio en el que Joan me comentaba su experiencia de nadar con ballenas y como Tonga es la capital del mundo donde las ballenas van a tener ballenitas.
Ir ahí y ver ballenas durante esa época del año cuesta como 5.000€-10.000€ y por mucha experiencia única que sea, no creo que nadie de nosotros quisiera vivir ahí siempre los 365 días del año.
Si eres un nativo es distinto, y en el caso de estos seis adolescentes no sólo estaban atrapados en un diminuto lugar paradisíaco en medio del inmenso océano, sino que también estaban atrapados en un internado católico.
Era un lugar horrible gestionado por unas monjas viejas a las que les encantaba golpear a sus pupilos en la cabeza con biblias.
«¿Qué has dicho de Jesús? toma guantazo.»
Digno de gente que promueve el bien, pero claro también era 1965 y era un sitio mega remoto.
Como haría cualquier adolescente rebelde de quince años, un día, hartos de las oraciones y una isla más muerta que el latín que les hacían estudiar, decidieron… escapar.
A la hora de comer, los 6 chavales se reunieron en la playa y tomaron “prestado” el bote de un pescador que no caía bien a ningún adolescente porque siempre les estaba gritando.
Pero bueno, a qué adolescente le cae bien alguien, ¿no?
Debió ser la excusa para robarle el bote sin remordimientos.
Escapando a una isla
Su plan era navegar en esta pequeña embarcación hasta Fiyi para empezar una nueva vida, preferiblemente en algún sitio con menos monjas que les pegasen.
Como en esa época no había barras energéticas y menos aún en esa isla en el culo de la tortuga que lleva el mundo a su caparazón, decidieron llevarse algunos plátanos y cocos por el camino, y una cocina pequeña de gas.
Me pregunto para qué querían la cocinita si llevaban sólo plátanos y cocos, pero bueno. Eran adolescentes, y por increíble que parezca a nadie se le ocurrió llevar el Google Maps de la época: una brújula o un mapa analógico de toda la vida.
Nada de esto.
Alguno de los 6 debió creerse Marco Polo porque si no, no me lo explico.
No me lo explico porque para los curiosos entre Tonga y Fiyi hay más de 700 kilómetros.
Para empeorar aún más sus probabilidades, los chavales estaban destrozado de los madrugones y el montón de horas de estudio a los que veían obligados para no llevarse porrazos de biblias.
Normal que al poco de alejarse un poco de tierra para que no les tocaran los collons, soltaron el ancla para pasar la noche.
Como un bebé al que se lo balancea con el pie para que se duerma, las olas debajo del barco hicieron que se durmieran bajo las estrellas.
Así suena todo muy bonito y romántico, pero cuando se despertaron, el tiempo había cambiado por completo.
Habían pasado de sentir que las olas los abrazaban a tener la misma vivencia de los porrazos con Biblias porque ahora las olas eran violentas a más no poder y habían hasta destrozado la vela y el timón.
Un poco más y hubieran destrozado a Pumba a parte de a Timón…
¿Qué hicieron? pues nada. No podían hacer absolutamente nada más que mearse encima. Estuvieron 8 días a la deriva sin agua ni comida porque la cocinilla de gas no se podía comer.
Probaron a pescar peces e intentaron recolectar agua de lluvia usando las cáscaras vacías de los cocos.
Para repartírsela, se iban turnando y a cada uno se le permitía máximo un sorbo por la mañana y otro por la noche.
Pero bueno, el barco estaba deshaciéndose a un ritmo preocupante, sólo era cuestión de tiempo que terminaran hundiéndose, aún así parece que de Tonga a parte de cocos y plátanos también se llevaron una flor en el culo porque al noveno día vieron una pequeña isla desierta de sólo 1,5km cuadrados de colinas, playas rocosas y un arrecife de coral.
Nadaron y nadaron hacia ella. Totalmente a la desesperada, obvio. Usando tablones sacados del barco para mejorar la flotabilidad.
Hechos miiierda, agotados, hambrientos y con un montón de sed, se tumbaron en la isla.
Pensaban que sería algo temporal pero estos adolescentes iban a pasar en esa isla los siguientes 15 meses.
Los chavales habían recorrido más de 300km a la deriva hasta llegar a la isla de ‘Ara. Una isla preciosa sí, pero había estado completamente deshabitada desde 1863, cuando los esclavistas la abandonaron.
Peter Warner
La historia de estos seis chicos fue descubierta recientemente por un historiador y autor holandés llamado Rutger Bregman mientras investigaba para escribir su propio libro, titulado “Humanidad: Una Historia Esperanzadora”.
Bregman localizó y entrevistó a los supervivientes y al capitán que los encontró: Peter Warner, que era el hijo menor de Arthur Warner, uno de los hombres más ricos de Australia.
En los años 30, Arthur Warner dirigía un imperio llamado Electronic Industries, que se dedicaba a fabricar radios. Como estos aparatos suponían la principal fuente de entretenimiento de las casas de la época, el bueno de Warner se estaba forrando.
Pero como dice el tío de Spiderman, «un gran poder conlleva una gran responsabilidad» y Peter Warner, el hijo, tenía un montón de presión para seguir los pasos de su padre.
Igual que los chavales de Tonga, no se le daba muy bien eso de trabajar.
Hoy en día para escapar del mundo real nos tumbamos a la cama y abrimos Instagram, pero como parece que solían hacer por entonces todos los adolescentes, huyó hacia el mar en busca de aventura.
Este señor se pasó varios años navegando por todo el mundo y visitando lugares como Hong Kong, Estocolmo, Shanghái y San Petersburgo.
Vendría a ser la versión antigua de un año sabático.
Con la diferencia de que al volver a casa sabías que seguramente te zurrarían, pero para evitarse un poco de zurra le prometió a su padre que aprendería algo útil, como contabilidad, y aunque no se sabe muy bien a qué dedicó su tiempo mientras viajaba, seguro que no se puso a aprender a hacer declaraciones de impuestos mientras disfrutaba de la mar.
Después de un año sabático de 5 años, decidió volver a casa. Pero aún tenía la espinilla de los viajes clavada. Y nunca mejor dicho porque para combatir esta espinilla se iba a pescar y a saborear viajecitos de libertad.
Fue en 1966 que hizo un viaje a Tonga y cuando quiso volver a casa se desvió. Simplemente por aventura y por azar, terminó topándose con la isla de ‘Ata.
No tenía intención de pararse ahí, pero cuando pasaba se dio cuenta que pasaba algo raro cuando la miraba por los prismáticos.
Había restos de fuego en las colinas.
Pensó, «joer que raro que haya incendios forestales en esta época húmeda del año.»
Tal vez fue este pensamiento el que le hizo desviarse y pisar ‘Ata… o tal vez fue que vio un chaval que salía de los arbustos como si fuera Rambo con 30kg menos de músculo.
El mini-Rambo con acné, saltó al agua a la desesperada y se puso a nadar hacia al barco con la fuerza que los cocos y el pescado le habían dado.
Ahí este señor, Peter, empezó a preocuparse.
No por el chaval que nadaba hacia él, pero pensad que por ese entonces era habitual abandonar a los criminales en islas desérticas a modo de castigo.
Digamos que ninguno de nosotros estaría dispuesto a arriesgarse, pero dejo que le pasara la duda y quien terminó subiendo al barco fue un chaval joven, fresco, desenfadado y desaliñado y con un inglés perfecto aprendido a base de porrazos de biblias soltó:
“Me llamo Stephen, somos seis y creemos que hemos estado aquí durante 15 meses”.
Peter seguía desconfiando, así que se comunicó por radio con la capital.
El operador le confirmó que había encontrado a los chicos perdidos, a los cuales les habían dado por muertos desde hacía más de un año.
Sus familias hasta habían hecho funerales por sus hijos perdidos, asumiendo que se habían ahogado en el mar. Así que el capitán Warner y Stephen fueron hasta la orilla para recoger al resto de los chavales.
Peter quedó en shock.
Los chicos no sólo habían conseguido sobrevivir en la isla, sino que habían prosperado.
Siendo los años sesenta, la mayoría de los adolescentes no habrían tenido pta idea de que hacer sin comida basura ni televisión en blanco y negro.
Pero éstos no eran adolescentes normales.
Consejos para sobrevivir a una isla remota
Al haber crecido en Tonga, tenían habilidades más adecuadas para sobrevivir en una pequeña isla tropical.
Plantar
Warner escribió en sus memorias que los chicos habían creado una pequeña comuna con una huerta, troncos vaciados para almacenar agua de lluvia, un gimnasio con pesas, una cancha de bádminton, varios gallineros y una hoguera permanente.
Todo ello construido a base de trabajo manual, un viejo cuchillo y mucha determinación.
Entretenerse
Personalmente no estoy seguro de qué es más impresionante: el hecho de que hubieran construido una cancha de bádminton o que tuvieran tiempo para jugar, sobre todo teniendo en cuenta lo ocupados que parecían estar.
Organizarse
Los seis chavales se habían dividido en grupos de dos, con una estricta lista de tareas en la huerta, en la cocina y de vigilancia.
Era digno de hace 10.000 años, cuando se inventó la agricultura porque estaban todo el día trabajando.
Siendo adolescentes, habría sido fácil que acabasen peleando y quejándose todo el tiempo. Pero joer, estamos hablando de sobrevivir o morir, así que habían pasado ya este problema.
Calmarse
Tenían su propio sistema.
Si empezaban a discutir, tenían una estricta “política de descanso” mediante la cual debían pasarse cuatro horas solos para calmarse.
Por otro lado se animaban cantando y rezando. Y uno de los chavales se las ingenió para construir una guitarra usando un trozo de madera arrastrada por las corrientes, media cáscara de coco y seis cables de acero que había cogido del barco naufragado.
Recolectar comida
Para los básicos de supervivencia, sobrevivieron comiendo pescado, cocos, aves y huevos. Incluso bebían la sangre de los animales para ingerir nutrientes adicionales y hierro.
Después de los tres primeros meses viviendo en la isla, también descubrieron las ruinas de un poblado de cuando la isla estaba habitada.
Ahí encontraron plátanos, gallinas y taro silvestre, una planta comestible con hojas grandes parecidas a las de la espinaca.
Pero lógicamente no todo fue rodado.
Se pasaron meses construyendo una balsa que acabó hecha polvo por las olas al estrellarse contra el arrecife de coral.
Además, uno de los chicos se cayó y se rompió una pierna, pero el resto del grupo se las ingeniaron para usar palos y hojas para fijarle la pierna.
Un libro que se convierte en realidad
Pero si ya os ha flipado lo que hicieron en la isla, lo que sucedió a la vuelta también es de película. Peter llevó a los chavales de vuelta a Tonga y, cuando estaban llegando al puerto, apareció un barco de la policía.
¿Estaban ahí para recompensar al capitán Warner, o para devolver a los chicos de forma segura a sus familias? No. Habían ido a arrestar a los chicos por “tomar prestado” el barco del viejo pescador hijoputa cuando se escaparon.
¿Qué pasó con los chicos?
Que terminaron en la cárcel.
Parte de mí sabe al 90% seguro que en esos momentos hubieran deseado volver a la isla, donde tenían mucho más espacio y probablemente hasta mejor comida.
Pero Peter tenía un plan.
Sabía que la historia de su naufragio sería un material perfecto para Hollywood, y que podría ganar algo de dinero vendiendo los derechos de la historia. Así que eso fue justo lo que hizo, aprovechando las conexiones de su familia para vender la historia a una de las principales cadenas de televisión de Australia.
Peter pagó al viejo por su barco, y consiguió que liberasen a los chavales a cambio de que cooperasen con la película.
Además, el rey de Toga recompensó a Warner con el derecho a capturar langostas y a crear una empresa de pesca en las aguas locales.
Así que Warner aprovechó el tirón de su privilegio y contrató a los chicos como tripulación de barco de pesca. Era una situación en la que todos ganaban: Peter no tenía que volver a aburrirse con la contabilidad, y los chicos no tenían que volver a ser azotados en el internado.
Más de medio siglo después, esta historia salió en titulares de todo el mundo, y algunos lo han llamado “El Verdadero Señor de las Moscas”.
Y diréis, ¿qué tienen que ver las moscas con esto?
Resumen de El Señor de las Moscas
La referencia es por un libro llamado “El Señor de las Moscas” escrito por William Golding en 1954,
La historia de un grupo de escolares británicos que sufren un accidente de avión y terminan perdidos en una isla deshabitada. Al principio están muy contentos porque no hay adultos, pero pronto la historia se gira:
- Se pelean por elegir al líder
- Tienen problemas para mantener encendida una señal de fuego
- Empiezan a tener miedo de un misterioso monstruo de la selva al que llaman “la bestia”.
Algunos de los chicos empiezan a obsesionarse con cazar, y creen que si sacrifican cerdos como tributos a la bestia, les dejará en paz.
Después de un par de intentos fallidos consiguen matar a un cerdo, y lo celebran rollo pintándose la cara y bailando alrededor del fuego.
El problema es que se dejan llevar tanto a la hora de fingir ser salvajes que se convierten en verdaderos salvajes.
En medio de la oscuridad, se vuelven tan histéricos que confunden por accidente a uno de los otros chicos con la bestia, y le dan una paliza antes de desmembrarle, literalmente.
Por cierto, ¿he mencionado que se trata de un libro para niños? Y esto que la cosa sólo acaba de empezar.
Estalla una guerra civil, y uno mata a otro con una piedra.
Finalmente dejan que el fuego queme casi por completo la isla, y están a punto de matar a otro chico cuando son rescatados por un oficial de la marina británica que simplemente se limita a decir: “me esperaba un espectáculo mejor de un grupo de chicos británicos”.
Interpretación de El Señor de las Moscas
Esta historia suele usarse a modo de metáfora de la condición humana.
Nuestra naturaleza malvada, al menos.
Para ser justo con Golding, escribió este libro después del Holocausto y la Segunda Guerra Mundial, en la que sirvió como teniente a bordo del destructor de la Marina Real Británica que participó en el hundimiento del Bismarck.
O sea que el pavo pudo contemplar de primera mano como de perversos que pueden ser los humanos con los demás. También era profe en la escuela, pero si así es como pensaba que pasaban el rato libre sus alumnos, me pregunto que collons enseñaba.
El caso es que la historia de los chavales de Tonga no se parece en nada a la de “El Señor de las Moscas”.
O sea que hasta es injusto llamarla “El Verdadero Señor de las Moscas” porque hacen justo lo contrario.
Demostraron ser mucho mejores que los protagonistas de la novela. No se mataron los unos a los otros, sino todo lo contrario. Lo que ocurrió en ‘Ata no se basó en la supervivencia del más apto, sino en la supervivencia de los mejores amigos.
Lo que nos hace preguntarnos cosas.
Metáfora de la condición humana
¿Por qué una historia como esta haya pasada desapercibida durante tanto tiempo? No es que a la gente no le interesen las historias de supervivencia en una isla desierta. Ahí están series como “Perdidos”, películas como “Náufrago”, o libros como “Robinson Crusoe”.
Bregman, el historiador que escribió sobre los chavales de Tonga en su libro, tiene una teoría: la gente no está tan interesada en historias con finales felices.
Bregman dijo que las historias con mensajes bonitos se pasan por alto en favor de otras sobre conflictos y traumas.
Hombre… no es algo difícil de creer, teniendo en cuenta las noticias que se publican todos los días. Todo lo que vemos en Twitter y lo que se lleva más likes en las redes sociales no es precisamente lo más esperanzador.
Mi opinión, crítica y análisis
Por esto las noticias que lo están petando ahora son todas las protestas que hay alrededor del mundo. Con razón claro, porque algo pasa, pero nos va el salseo. No lo podemos negar.
Pero la ciencia dice que hay un buen motivo para todo este pesimismo: los seres humanos tenemos un sesgo a nivel fundamental hacia la negatividad.
Vamos, que la evolución ha programado nuestros cerebros para fijarse sobre todo en los sucesos negativos.
Tal vez (y sólo estoy hipotetizando), sea porque en un entorno de supervivencia saber qué NO hacer pasa a ser más relevante para sobrevivir.
De todas formas, en el pesimismo que vende Golding en “El Señor de las Moscas”, me gusta pensar que a la hora de la verdad la mayoría de los humanos estamos programados para cooperar, como veíamos en la historia de los niños de Tonga.
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