Mis escritos vienen a ser reflexiones e historias en forma de ensayos y relatos. Todo aquello que no tenían cabida en la parte agitada y comercial de mi cabeza.
En este «baúl» explico por qué escribir en primera instancia aprovechándolo como trastero para dejar que algunos pensamientos vayan acumulando polvo.
Tabla de contenidos
Por qué escribir
No creo que todo el mundo tenga la necesidad de escribir pero sí la necesidad de expresarse.
Escribir es sólo una manera de hacerlo y parece que va más enfilado conmigo que bailar, dibujar, pintar, tocar un instrumento o hasta gritar o empezar a dar revolcones en el suelo con mi cuerpo.
Escribir de vez en cuando es la forma con la que me siento más conectado. Como si los pensamientos, el momento y las acciones se alinearan en un triangulo más comprensible que el de los Illuminati.
Pero que me sienta más sincronizado con los textos no significa para nada que el resultado final sea bueno. Aunque me jugaría el rollo de papel en el que Kerouac escribió «En el camino» a que soy mejor escribiendo que pintando o bailando.
Que se lo digan a mis profesores de jazz. Mi falta de ritmo es tan grande que hasta Nina Simone hubiera tenido problemas componiendo una canción sobre mis piernas y brazos arrítmicos.

Me sienta mejor plasmar esta necesidad de expresión en un papel con símbolos aceptados por la lingüística elegida, en vez de en un canvas o pista de baile.
Pero independientemente de qué «estilo de expresión» se nos de mejor, todos tenemos una cosa en común a parte de la necesidad de hacerlo. La necesidad de compartirlo.
Es por esto que guardamos el dibujo del caballo aunque parezca un ñordo en un taburete. Por eso nos grabamos cuando aprendemos el Swing-Out. Por eso nos atesoramos el diario del año cuando se termina aunque no tengamos intención de leerlo nunca jamás.
Tal vez para demostrarles y sobretodo demostrarnos que hemos vivido y lo que estábamos sintiendo en ese momento.
De algún modo queremos encapsular la expresión de ese instante y mostrarlo. No necesariamente a una audiencia tan grande como el tamaño de nuestro ego, pero tal vez para compartirlo con nuestro yo futuro o familiares y amigos.
Uno de mis libros favoritos «The Social Leap» cita como de interiorizada está en la naturaleza del ser humano esta necesidad de compartir.
Y no es el único autor relevante que lo piensa.
En el libro de «Sapiens», el historiador israelí Yuval Noah Harari remarca que lo que diferencia al homo sapiens del resto de animales es la capacidad de crear un mundo imaginario y que pueda ser compartido.
Una habilidad que ha hecho que podamos difundir historias como religiones, leyes o burocracia. Esto es lo que nos ha permitido movilizar de cientos a millones de miembros de la misma especie hacia una misma dirección. Así ha conquistado la Tierra la manada más extraordinaria que ningún mamífero haya podido manejar jamás.
Pero la oportunidad de compartir lo que expresamos es una arma de doble filo y las redes sociales nos lo han demostrado en las últimas décadas.
Es tan fácil como entrar en Instagram y abrir el directo de una de esas personas que llegan a emitir su vida durante las 24 horas del día.
Pero que sobre-compartamos no significa que se tenga que eliminar esta opción por completo sólo porque ya la hemos prostituido.
Como siempre la solución no está en el blanco o negro, pero en un tono de gris. Y no hace falta leer historia para sentir dentro nuestro que se quiere compartir un momento, una experiencia o la expresión de una de estas dos cosas.
Hace unos años me fui a viajar por el sur de Nueva Zelanda y aproveché para hacer de voluntario en un centro de animales.

Una noche el grito de un falageriforme me despertó de sopetón. Digamos que no fue el único llamado de la naturaleza que hizo que me levantara de la cama. Me entraron unas ganas terribles de plantar un pino (aunque en esa área ya había árboles de sobra).
Eran las dos de la mañana y estaba solo, así que me puse al lado de un tronco para plantar otro.
Con los pantalones bajados y en cuclillas vi que eso me tomaría algún minuto extra. Desvié mi atención hacia arriba y allí estaba.
El cielo más estrellado que haya visto jamás.
Ni la falta de luz de los alrededores o la inexistente polución me eran suficiente para contar correctamente los puntitos de luz que me iluminaban. Ese cielo era «demasiado» y al número de estrellas demasiados para contarlos.
Fueron unos instantes en el que me sentí totalmente conectado con la Tierra, y aunque fue una experiencia muy personal, al salir de ese trance me hubiera gustado tener a alguien a mi lado a quien poder decir «¿has visto este cielo?».
Tal vez sea por eso que ahora lo dejo escrito, porque aunque no será lo mismo que vivirlo, necesito expresarlo y es mi manera de compartirlo a destiempo.
Pero no creo que la expresión responda únicamente a una necesidad comunitaria.
Si ahora mismo fuera el único humano de la Tierra estoy seguro que el cuerpo me seguiría pidiendo bailar, tocar música, gritar o escribir.
Todos notamos un fuego dentro, por muy pequeño que sea. Un fuego que tenemos que apagar de vez en cuando ya sea con expresión corporal o intelectual. Un fuego que nos hace cantar y bailar en la bañera, por muy arriesgado que sea rompernos la cadera contra la porcelana.
O quizás sean sólo gases de la última cena.
Pero nadie puede desmentir que aún siendo seres sociales dentro de un colectivo inmenso que sigue a las mismas corrientes e historias, y queriendo ser parte de estos círculos, hay algo dentro que nos recuerda que seguimos siendo seres individuales.
Dos personas pueden intentar escribir sobre el mismo tema, bailar la misma música, dibujar el mismo paisaje o tocar las mismas notas pero el resultado tendrá un aire distinto en cada una de ellas.
Es por esto que doy tanto importancia a escribir. Es mi forma de expresión y sólo yo puedo escribir como lo hago yo. Ni mejor, ni peor.
¿Gusta más o menos a los demás? Sin duda. Pero nadie lo puede hacer igual que yo.
Experimento exactamente lo mismo bailando jazz aunque me sienta menos conectado.
La expresividad es la forma más pura de individualidad y todos necesitamos acordarnos de que somos individuos. Por mucho rebaño al que sigamos.
Será porque seguimos a una colectivo inmenso por esas historias que nos contamos y queremos recordarnos que también somos seres individuales. Queremos transmitir y dejar algo atrás. Aunque sea durante algunos segundos y a modo de secreto entre el viento y nosotros.
Cuando nos expresamos lo podemos llegar a hacer con tal conexión entre nosotros y ese arte u oficio, que incluso los demás pueden llegar a experimentar una parte de lo que hemos sentido mientras lo creábamos.
La prueba está en cuando nos ponemos unos auriculares para escuchar a esa canción que tanto nos gusta. Hay algo que nos hace cerrar los ojos para prestarle más atención.
Como si no quisiéramos que los otros sentidos interfirieran en intentar experimentar lo que su creador expresaba.
Siempre me he dicho que en algún momento aprenderé música y empezaré a crearla. Quiero formar parte de esto. O cuando veo a un par que bailan Lindy Hop muy bien me digo, voy a tomar clases intensivas y a practicar cada día por muy manco que sea.
Es como si al ver alguien que lo hace muy bien nos transmitiera las ganas de hacerlo. Después lo probamos y nos damos cuenta de que somos un Mr. Potato y que como Mr. Potato necesitamos que haya cierta estructura y las piezas del día a día se coloquen donde tienen que ir para crear la mejor armonía.
¿Qué escribir?
Hubo un momento de mi vida en el que descubrí los libros de Kerouac y Bukwoski. Lecturas muy simples, directas y sin intención de hacer nada perfecto. Sólo de hacerlo. Así que al igual que cuando vemos a alguien que baila o toca música muy bien, nos vienen unas ganas de intentarlos.
Empecé a escribir microrrelatos de mierda imaginándome que saltaba a trenes de carga con una libreta, pasando frío y durmiendo en un vagón lleno de runa para después trascribirlo todo con una Olivetti.

Después abría los ojos y seguía en casa de mis padres con un papel más blanco que mis mente y un bolígrafo más lleno que mi rutina diaria.
Pero escribí algo.
La noche siguiente hice lo mismo. Pasaron los días, abrí la carpeta donde guardaba los folios y me leí los garabatos. Mi conclusión fue que no eran alucinantes.. Pero me gustó lo que leí.
¿Cómo no me iba a gustar lo que decía si eran mis opiniones? Era eso o aceptar que tenía varias personalidades.
Pero no sólo me gustaron las ideas, también la forma de transmitirlas y sobretodo ese proceso nocturno de te o de rutina mañanera con café.
Supongo que no me desagradó por qué nunca antes había expresado un proceso similar en el que me sintiera en sintonía y ese era el resultado menos embarazosos de todas las otras formas de expresión que había probado.
Cuando hago clases de baile, el ego se pone entre medio. Reflejo en mi conciencia la imagen que proyecto para los demás como si les importara, y termino moviéndome como un robot con falta de una revisión mecánica.
¿Cómo se explica si no los movimientos de Michael Jackson que soy capaz de hacer cuando me aseguro que estoy solo en mi cueva?
Escribiendo siempre estoy solo y eso hace que el ego interfiera mucho menos. Por eso escribir es mi forma de expresión más libre.
Las palabras van donde les digo. Pero a diferencia de un perro adiestrado siguiendo las ordenes del pastor, el texto es una extensión de quien lo escribe.
Símbolos que se pueden ordenar de millones de maneras distintas, y queriendo decir la misma cosa existen órdenes más armónicos que otros.
Los escritores que encuentran la sintonía más armónica son los que etiquetamos de «bueno escritores». Y los que como yo no encontramos esa sintonía pero lo seguimos haciendo, ni siquiera no nos etiquetamos de «malos escritores» o de «escritores» a secas.
Simplemente abrimos un blog de escritos porque la necesidad seguirá allí.
Todo escritor también es lector, y yo me he leído a mí mismo.
Pero no voy a caer en esa trampa de llamarme escritor o autor. Como dije en un tweet:
No eres lo que estudiaste, trabajaste, creaste o publicaste. Eres lo que estás haciendo actualmente.
— Pau Ninja ? ?? (@pau_ninja) April 24, 2020
Y no.
No voy a forzarme a expresarme cuando no tengo nada que expresar.
Para esto ya existen los trabajos convencionales o las obligaciones familiares.
Con pluma
Empecé a escribir con pluma en un cuaderno de notas de color amarillo como los que usan los creativos publicitarios en las series y películas americanas.

Escribir con pluma en un cuaderno así es muy lento. Pero si te pones un par de velas y música chill out es bastante motivante para hacerlo por la noche.
Aunque sea menos cool prefiero hacerlo con ordenador en mi despacho minimalista.
Con diario
Nunca fui de escribir a diario, pero lo empecé a hacer en mi Medium para dejar algo atrás y poder hacer balance en el futuro.
Como sé que no voy a leerlo de nuevo si lo hago por mi, lo hago de forma pública y para internet. Eso me ayuda a hacer balance año tras años y además, de dar «un título» a cada año que empieza para poder hacer así como uno de mis objetivos.
Un blog
Hace gracia pensar que la mayoría de personas que piensan en dejar atrás algunos escritos, empiezan con un blog por puro amor al arte y por esa idea de compartir. Para ellos monetizar el blog y hacer algo de dinero con ello viene más tarde, pero para mí fue al revés.
Empecé mis primeros blogs con la idea de hacer dinero con ellos. Nunca me he ocultado de ello porque me parece totalmente lícito.
Es como si la gente señala con el dedo a un constructor porque ha empezado a construir una casa para un cliente sólo para hacer pasta con ello… Pues claro.
Lo mismo hice yo con los blogs y los textos ni siquiera los escribía yo. Contrataba a redactores que me hacían publicaciones bajo mis indicaciones.
Pero después pensé, ¿por qué no compartir algunos de mis ensayos?
Los empecé a utilizar para guiones del podcast con el mismo título que mi blog: «Pau Ninja». A los oyentes les gustó mucho más de lo que me esperaba, así que empecé a tener una excusa para escribir más: grabarlo para el podcast.
Un libro
Agradezco el día en que el fundador de Amazon, Jeff Bezos, permitió hacer la autopublicación de libros tan sencilla.
He podido sacarme algunos pocos cientos de euros al mes de la venta de mis libros autoeditados, pero como los lectores de libros son más críticos que lo de blogs, esto me ha hecho que reeditara una y otra vez algunos de los que tengo para satisfacer a los que me leen vía Kindle.
Es por esto que el libro no me gusta tanto en comparación con un blog. Acabo generando una versión que va más destinada al lector que a mí mismo, a diferencia de este blog de escritos.
Pero la autopublicación no es toda la experiencia que he tenido con los libros.
Después de salir en El País, tuve la oportunidad de publicar un libro con la Editorial Planeta.
El manuscrito inicial que mandé fue una carta a mí mismo, que terminó convirtiéndose en un híbrido de guía de autoayuda, filosófica y práctica de vivir sin jefes… O en otras palabras: un intento de alto abarcamiento con poco nicho.
El resultado no fue exactamente lo que esperaba y eché de menos el control comparado con los libros autopublicados que puedo ir editando y mejorando.
Pero estoy agradecido.
Agradecido de poder haber vivido aunque sea un tiempo de puramente lo que he escrito con mis propias manos y cabeza.
Todos tenemos nuestras razones para escribir, pero un número sorprendentemente grande de nosotros probablemente nunca se las hemos articulado a nosotros mismos. Ser escritor no es como crecer queriendo ser astronauta o médico, por ejemplo. «Quiero ir al espacio» o «quiero ayudar a los enfermos» (o «me gusta meterme en la sangre y las tripas») son razones claras para elegir esas profesiones. Incluso «quiero ganar mucho dinero» es una razón clara para elegir algo como la medicina o el derecho.
Pero ser escritor es diferente. Puede que siempre hayamos sentido afinidad por las palabras y la lectura, pero un buen número de nosotros tropezamos con la escritura como ocupación. Así es como yo acabé siendo escritor. Un trabajo me llevó a otro y luego a otro y, antes de darme cuenta, era escritor. Nunca me propuse claramente ese camino y nunca consideré realmente mis razones para gravitar hacia esta ocupación. Obviamente, si lo hubiera odiado podría haberlo dejado, así que en cierto nivel lo estaba disfrutando. Y puede que esa sea la única razón que necesito. Pero hay muchas otras razones para escribir (o no).
Razones para escribir
Desde luego, no tienes que saber por qué escribes, pero saber por qué quieres hacerlo puede facilitarte la búsqueda de trabajo, la elección de una especialidad para tu trabajo, la búsqueda de inspiración y el saber cuándo puede ser el momento de alejarse, ya sea de la ocupación en su conjunto o de determinados trabajos/proyectos (es decir, si has conseguido el objetivo que te habías propuesto y ya no disfrutas del trabajo, saber eso puede facilitarte el decir «basta»).
Disfrutar
Esto es obvio. Algunas personas escriben simplemente porque disfrutan con ello. Les gusta poner palabras en el papel, crear historias o informar a la gente. El disfrute puede mantenerte motivado incluso si tu escritura no genera ingresos.
Para influir en la gente o cambiar el mundo
Muchos escritores esperan cambiar las políticas gubernamentales, concienciar sobre los problemas o influir en la gente para que considere su punto de vista sobre un tema. La capacidad de cambiar la opinión de la gente sobre los temas y de llamar la atención sobre cuestiones menos conocidas es una poderosa motivación.
Porque te gusta un tema
Si te apasiona un tema determinado, escribir sobre él puede ser una forma estupenda de perseguir y compartir esa pasión. Escribir te da la oportunidad de aprender sobre el tema, de entrevistar a personas expertas y de dar a conocer el tema que te gusta.
Dinero
No te rías. Es cierto que formas como la poesía y la ficción (a menos que te llames Patterson o Grisham) no suelen dar mucho dinero. Pero las formas comerciales de escritura (marketing, escritura técnica, redacción de discursos, etc.) pueden ser muy lucrativas. La autopublicación también puede dar lugar a unos ingresos respetables.
Para curarse
Algunas personas escriben para curarse a sí mismas o a otros. Tal vez estés lidiando con el dolor y quieras ordenar tus propios sentimientos o ayudar a otros a lidiar con los suyos. Tal vez quieras dar esperanza a personas con enfermedades o dolencias crónicas, o tengas una historia inspiradora que compartir que ayude a otros a curar sus heridas y enfermedades.
Ayudar a los demás
Ayudar a los demás puede adoptar muchas formas. Algunos escritores se sienten obligados a ayudar concienciando sobre un problema, educando a otros sobre un tema o ayudando a otras personas a afrontar emociones o situaciones.
Para dejar un legado
Muchos escritores quieren crear algo que perdure después de su muerte. Muy pocas cosas son tan duraderas como un libro en una estantería o un álbum de recortes lleno de artículos de revista.
Eres bueno en ello
Muchas personas hacen cosas en las que son buenas, aunque no las amen. Escribir es una habilidad y si eres competente no hay nada malo en monetizar esa habilidad, aunque no sea tu pasión.
Utilizar tu creatividad
Es divertido sentarse ante la pantalla o la página en blanco y llenarla. Cuando termina el día, tienes la satisfacción de haber hecho algo. Has creado algo de la nada. Has utilizado tu creatividad para llenar esa página.
Para dar algo a tus hijos
Algunos escritores escriben para sus hijos. Escriben historias para ellos. Escriben libros de texto que llenan un vacío percibido en el currículo educativo de los niños. Escriben obras de no ficción sobre causas y temas que afectan a sus hijos. Lo hagan como lo hagan, están dando algo a sus hijos.
Para usar su cerebro
Escribir es una forma estupenda de ejercitar el cerebro. Es creativo. Investigar te da la oportunidad de analizar datos e información. Incluso el acto de escribir utiliza tus habilidades motrices. Escribir puede ayudar a evitar el deterioro cognitivo a medida que envejeces o a mantener tu cerebro activo si tu «trabajo real» te adormece la mente.
Reconocimiento/respeto
Ser escritor transmite cierto respeto, sobre todo si te publican. Que un editor acepte publicar tu libro es una forma de validación y, además, podrás decir a la gente que eres un autor publicado.
Para aumentar tu visibilidad/credibilidad en el campo que has elegido
Hay una razón por la que los académicos e investigadores deben publicar, aunque su trabajo principal sea otro. Hacerlo aumenta su visibilidad y credibilidad en su campo. Esto se aplica a casi todos los campos. Escribir sobre tu campo en revistas, libros y en la web te convierte en un experto (o al menos la gente cree que lo eres).
Para establecer tu propio horario y vestir como quieras para trabajar
Si trabajas por tu cuenta, la escritura es una ocupación que generalmente te permite establecer tu propio horario y trabajar en tu pijama si quieres. Claro, puede que tengas que acceder a algunas reuniones, investigar en la biblioteca o presentarte a entrevistas, pero tu tiempo es en gran parte tuyo, lo que es perfecto para los introvertidos y los que sueñan con dejar de trabajar para un jefe.
Fama
Aunque pocos escritores alcanzan el reconocimiento del nombre de James Patterson, J.K. Rowling o Nora Roberts, muchos sueñan con ello. Muchos escritores sueñan con el día en que sus libros se conviertan en películas y los consiguientes estrenos en la alfombra roja, las entrevistas en las principales revistas y que Oprah elija su libro para su club de lectura.
Ansías la soledad
Esta es una de las cosas que me atrajo a la escritura. Odio todo lo que tenga que ver con el «trabajo en equipo». Escribir suele ser una ocupación solitaria, lo que nos viene muy bien a los introvertidos.
Responder a una llamada
Algunas personas se sienten «llamadas» a escribir. Ya sea para escribir sobre un problema mundial, para predicar su religión o para escribir una novela que cambie la vida de la gente, una vocación puede ser una poderosa motivación.
Venganza
Si escribes ficción, no hay nada más divertido que ponerle a un personaje el nombre de un jefe o un matón y luego matarlo o torturarlo tanto que pida la muerte. Es una forma legal de venganza. Y en el caso de la no ficción, hay algo de verdad en el dicho de que una vida bien vivida es la mejor venganza. Si tu escritura es significativa para ti y para los demás, o si te haces famoso, es una forma sutil de pegar a los que trataron de sujetarte.
Porque alguien dijo que debías hacerlo
Puede que escribir no sea realmente lo tuyo, pero tus padres o profesores siempre quisieron verte como escritor. No es la primera razón que elegí para convertirme en escritor, pero muchas personas eligen profesiones para complacer a los demás.
Puede dar lugar a oportunidades interesantes
A los escritores, más que a cualquier otra ocupación que conozca, se les presentan algunas de las oportunidades más interesantes. A los escritores de viajes se les pide que visiten destinos nuevos y emocionantes. A los escritores técnicos a veces se les pide que jueguen a juegos no lanzados o que prueben software. A los revisores les piden que lean grandes libros. A los escritores expertos en su campo se les pide que se presenten en conferencias y convenciones y quizá den un discurso. Algunos consiguen conocer a aficionados geniales, se les pide que escriban algo interesante, o se les pide que contribuyan a obras más grandes como las antologías.
Para educar
Muchos escritores esperan educar a otros. La no ficción es una forma estupenda de enseñar a otros a hacer cosas, pero la ficción también puede enseñar, aunque de forma más sutil.
No puedes hacer nada más
Muchos escritores no saben hacer otra cosa. Escribir es lo único que quieren hacer, o en lo que son buenos. Aunque nunca ganen dinero, sigue siendo lo único que quieren hacer. Aunque esto lleva a los artistas a morirse de hambre, también es una poderosa razón para escribir.
Si no tienes claro por qué escribes, tómate un tiempo y descúbrelo. Saber por qué escribes hará que muchos aspectos de tu vida de escritor sean mucho más fáciles y gratificantes.
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