#229. No queremos que salga un basilisco de un huevo puesto por un gallo, es por esto que hoy discuto si realmente somos nosotros los que tomamos nuestras propias decisiones. El papel que juegan la termodinámica, el determinismo y otras palabras chungas en las elecciones del día a día.
En la Francia de 1266, los monjes del monasterio de Santa Genoveva sentenciaron a muerte a un criminal por asesinar a un niño y comerse su cuerpo.
El condenado lógicamente no puso en cuestión la sentencia, aunque es posible que eso se debiera a que se trataba de un psicópata.
Hubo un caso similar en 1474, cuando un gallo de la ciudad suiza de Basilea fue juzgado, condenado y ejecutado “por el atroz y antinatural crimen de poner un huevo”.
Un gallo, eh.
Claramente, se trataba de la obra de Satanás y, como todo el mundo sabe, los huevos puestos por gallos satánicos pueden contener un basilisco: una criatura similar a un dragón con dos patas.
Aunque Harry Potter nos diga que es una serpiente grande.
Sea como sea que interpretemos a un basilisco, no queremos una criatura por ahí corriente.
Al final el pobre gallo fue quemado vivo y se deshicieron de su cuerpo (por si acaso), lo que probablemente fue una buena idea. Y es que si hay algo que he aprendido en esta vida, es que nunca deberías comerte un gallo satánico.
Podría ser que estos casos de penas capitales en animales nos suenan a una gilipollez en el mundo contemporáneo, pero no son raros desde el punto de vista histórico.
Sentencias en animales
Hay registros que se remontan hasta el siglo IX que ponen de manifiesto una larga tendencia por parte de los humanos de juzgar a animales por un mal comportamiento.
Se han culpado insectos, babosas, caracoles, sanguijuelas, gorgojos, mamíferos pequeños como ratones y ratas, mamíferos grandes como cerdos y vacas, pájaros, gusanos y un mono sospechoso de ser un espía francés.
A mi también me podrían confundir con él por el pelo que tengo en el torso, así que cuidado.
La cantidad de estos casos ha ido disminuyendo con el paso de los siglos, pero no han llegado a desaparecer por completo.
En 1916, en Tennessee, una elefanta de circo llamada Mary fue linchada por matar a su cuidador, un hombre sin hogar y sin formación previa que hasta el día anterior no había visto un elefante en su vida.
En 2004 en Kazajistán, una osa parda llamada Katya fue encerrada durante 15 años en una cárcel humana real tras atacar a dos personas. Y en 2008, un juzgado macedonio sentenció a un oso por robar la miel de un apicultor. Este caso se alargó durante un año, durante el cual el apicultor explicó los problemas que había tenido para espantar al oso con luces de discoteca y música folclórica serbia.
El oso, que claramente prefería la música electrónica, ni siquiera tuvo la cortesía de presentarse al juicio, pero logró evitar su castigo por pertenecer a una especie protegida.
A la mayoría de la gente le parecería ridícula la idea de mandar a la cárcel a un animal, o sentenciarlo a ser quemado vivo, o juzgarlo. Pero estas historias que acabo de contar nos plantean algunas preguntas complejas sobre la responsabilidad que tenemos los humanos por nuestros propios actos.
El motivo por el que en la inmensa mayoría del mundo civilizado no se les pide a los animales que se declaren culpables o inocentes por los crímenes que pudieran haber cometido es, sencillamente, porque no pueden. Y esto no se debe a que carezcan de las cuerdas vocales para articular palabras. Simplemente que la mayoría de las sociedades consideran que los animales no pueden tomar decisiones morales como hacemos los humanos.
Filtro moral
El consenso establecido es que los animales, incluso los que están mejor entrenados, son en última instancia esclavos de sus instintos, por lo que dan rienda suelta a sus impulsos sin antes pasarlos por un filtro de moralidad.
Por otro lado, consideramos que los humanos somos criaturas librepensadoras e independientes capaces de realizar juicios morales.
Si estamos de acuerdo con esto, cuando tomamos decisiones moralmente negativas nos arriesgaríamos a algún tipo de castigo por parte de quien esté al mando. Esta visión del mundo parte de la base de que todos tenemos libre albedrío, por lo que tenemos la libertad para elegir nuestras acciones, incluso si las mismas hacen que acabemos en la cárcel.
Ahora bien, ¿qué pasaría si esta visión fuera errónea? ¿Y si nuestro libre albedrío no es mayor que el de los osos o los gallos? Esta duda ha intrigado a filósofos y teóricos del derecho durante miles de años, y se considera una de estas preguntas imposible de resolver.
Libre albedrío
En las últimas décadas, la neurología y la física cuántica han aportado algunas nociones útiles, pero el debate sigue abierto: ¿realmente tenemos los humanos libre albedrío? Y si no es así, ¿qué implica para el funcionamiento de la sociedad? Si haces algo que está mal desde el punto de vista moral, ¿es totalmente culpa tuya? Y si haces algo maravilloso, ¿de verdad te mereces todo el reconocimiento?
La mayoría pensará que estas preguntas son una gilipollez: «claro que tenemos el control de nuestros actos.»
¿Realmente la tenemos? ¿o es porque la noción del libre albedrío nos hace sentir bien?
Cuando decimos que es una gilipollez es porque cuando recordamos lo que hemos hecho en un día todo parece indicar a que son decisiones nuestras. Basadas en nuestro propio juicio:
Tenías hambre y te comiste un bocadillo. Estabas cansado y te fuiste a la cama.
Fácil. He sido yo quien lo ha decidido todo.
Pero… la cosa se pone interesante. La cosa no está tan clara si estamos de acuerdo con el determinismo casual: la creencia de que todos los eventos están completamente determinados por alguna causa anterior.
A su vez, esa causa fue causada por algo, que fue causado por otra cosa, y así sucesivamente.
En otras palabras, no hay opciones ni decisiones, sino una cadena infinita de causas y efectos que se remonta al origen del Universo. De esta manera, crees que eliges comerte un bocadillo, pero esa elección viene determinada por un conjunto de factores que escapan al control de tu consciencia y que garantizan que comerte el bocadillo era inevitable.
Determinismo casual
Según el determinismo entonces, la percepción de que juegas un papel independiente en la sucesión de los eventos no es más que una ilusión.
Una idea que no es nueva.
Esta noción ya salió tras el antiguo mito griego de las Moiras, tres diosas que decidían los destinos de los mortales en el momento de su nacimiento, tejiendo los hilos de sus vidas para formar un tapiz de toda la humanidad. Eran tan poderosas que ni siquiera el propio Zeus podía alterar el curso de la historia, y eso que básicamente era su jefe.
Existen ideas parecidas en la mitología nórdica, en el paganismo germánico, en la mitología romana o incluso en Macbeth, la obra de Shakespeare.
Según la mitología china, hay un hilo rojo invisible que conecta el destino de dos personas nacidas para estar juntas. Que romántico, ¿no?
La mayoría de las grandes religiones del mundo también tienen sus versiones de este concepto, en el cual Dios o la entidad omnisciente y todopoderosa que sea, ha decidido lo que va a ocurrir a lo largo del tiempo, o al menos lo conoce de antemano.
Destino
El destino sigue siendo un concepto recurrente incluso aquí en Occidente. Muchas personas que se consideran a sí mismas como agnósticas o ateas han tenido al menos una experiencia que parecía demasiado increíble como para haber ocurrido por azar: parecía algo que debía ocurrir por algún motivo.
Pero lo que tenemos que tener en cuenta es que el destino no es lo mismo que el determinismo.
Digamos que la creencia en el destino es un tipo de determinismo llamado fatalismo, que afirma que todos los eventos están establecidos de antemano, normalmente por algún tipo de poder superior. Dios o el Universo.
No hace falta que este plan maestro siga ninguna ley de causa y efecto, sino que es como si alguien hubiera hecho una película sobre la vida a lo largo del tiempo y le hubiera dado a reproducir.
En la antigua Grecia, alrededor del siglo VII antes de Cristo, comenzó a surgir la noción de que eran las leyes fundamentales de la naturaleza, y no los dioses, las que decidían los eventos que ocurren en nuestras vidas cotidianas.
Filósofos como Demócrito y su mentor Leucipo desarrollaron la idea de que todos estamos hechos de átomos, y que los movimientos de dichos átomos vienen determinados exclusivamente por las leyes naturales de la causalidad.
Desde su punto de vista, el futuro estaba determinado completamente por el pasado.
A medida que se fue ampliando nuestra comprensión del mundo natural y de las leyes que lo gobiernan, el determinismo fue fundamentándose cada vez más en las disciplinas científicas que fueron surgiendo.
Pues bien, hay pocas personas que hayan tenido un mayor impacto en el desarrollo del determinismo moderno que Isaac Newton, el matemático, astrónomo, físico y teólogo del siglo XVII.
Cuando Newton desarrolló sus leyes del movimiento y la gravedad del universo, parecía haber descubierto las reglas que rigen el Universo, aportando al determinismo una base científica. En teoría, con los principios de Newton era posible predecir con precisión los resultados causados por casi cualquier acción.
Determinismo causal
Más tarde, en 1814, el académico francés Pierre-Simon Laplace fue la primera persona en publicar acerca del determinismo causal.
De hecho, lo llevó al siguiente nivel al plantear un experimento teórico que acabaría conociéndose como el Demonio de Laplace.
Un nombre que le pegaba muy bien a esa época porque en ese entonces la física clásica explicaba todas las reacciones existentes, pero Laplace llegó a la conclusión de que podíamos entender las causas y los efectos que nos habían llevado a cualquier momento del tiempo y que por ende también podríamos predecir el futuro a partir de dicho momento.
Así que supongamos que hay alguna inteligencia capaz de conocer todas las fuerzas que operan en el Universo y la posición exacta de todas las partículas.
Esa inteligencia puede ser un demonio, un dios, o un monstruo del Spageti volador llamado Roberto, y sería capaz de explicar todo lo que ha ocurrido en el pasado, además de predecir todo lo que ocurrirá en el futuro.
O sea, que no habría mucho margen para el libre albedrío cuando todas las acciones son predecibles y ya están en marcha.
Aún así…
Que el determinismo casual puede existir viene dado por la termodinámica y lo irreversible que es. Entre otras cosas.
No se ha descartado del todo la idea de que estamos gobernados por la causalidad y de que no somos tan responsables de nuestros actos como creemos.
No tenemos libre albedrío
En 1983, el neurólogo estadounidense Benjamin Libet realizó un experimento que trastocó el mundo científico al proporcionar una prueba convincente de que no tenemos libre albedrío.
Libet estaba controlando la actividad cerebral de personas que realizaban acciones muy sencillas, como golpetear una mesa con los dedos.
Su objetivo era estudiar la manera en que las señales del cerebro se convertían en acciones físicas del mundo real.
Lo que pasó durante el experimento es que se dio cuenta de algo raro: estaba detectando actividad cerebral antes de que los sujetos del experimento afirmaran haber decidido actuar de forma consciente.
En otras palabras, sus cerebros estaban iniciando el movimiento de los dedos antes de que el sujeto hubiera decidido moverlos conscientemente.
Para Libet, se trataba de la prueba neurológica de que no controlamos nuestras acciones: nuestros cerebros toman decisiones antes de que seamos conscientes de ello, y de alguna forma disimulamos la evidencia al respecto.
Creemos que actuamos de forma autónoma, pero es un truco de la mente.
Normal que estos resultados y los experimentos de Libet se hicieran famosos. Ese día fue un mal día para los defensores del libre albedrío.
Lo que pasa es que estudios más recientes sugieren que el experimento tenía fallos, y que la actividad cerebral que Libet interpretaba como el inicio del movimiento de los dedos de sus sujetos podría haber sido actividad cerebral de fondo que alteró sus resultados.
Inspirado por esta hipótesis, en 2012, el neurocientífico Aaron Schurger volvió a realizar el experimento de Libet con algunos ajustes para tener en cuenta esta posibilidad y descubrió que, después de todo, nuestros cerebros no toman decisiones a escondidas sin que nosotros lo sepamos.
Así que el libre albedrío volvía a tener ventaja.
Vaya mareo.
Determinismo fuerte
El estudio de Schurger no demostró que el libre albedrío fuera algo real, pero forzó a que se reconsiderase el determinismo, al menos el de tipo fuerte, que es al que me he referido hasta ahora: la creencia de que el libre albedrío y el universo determinista son incompatibles, es decir, o es lo uno o lo otro.
Determinismo débil
Aunque hay la corriente del determinismo débil (también llamada compatibilismo), que si pilla este nombre de «compatibilidad» es precisamente porque esos dicen que sí que pueden coexistir tanto el libre albedrío como el determinismo.
Para los compatibilistas, esto permite evitar la simplificación de toda la complejidad de la experiencia humana a una serie de leyes físicas, un proceso conocido como reduccionismo. También permite considerar la incertidumbre que plantea la física cuántica.
Pero ya nos metemos en un charco de conceptos técnicos.
El determinismo fuerte tiene sus raíces en las leyes de la física clásica. Lo que pasa es que estas reglas no se aplican a nivel cuántico, un problema bastante inoportuno que resulta ser uno de los grandes problemas que quedan por resolver en física.
Los científicos todavía deben encontrar una Teoría del Todo que explique cómo funciona todo el Universo, desde lo más grande hasta el nivel subatómico. Pero hasta entonces, deben aceptar que el mundo cuántico y el mundo a gran escala funcionan de acuerdo con leyes diferentes.
Teniendo esto presente, lo más próximo al determinismo causal que se puede encontrar a nivel cuántico son las probabilidades.
Por ejemplo, es posible que no se pueda predecir la trayectoria de una partícula subatómica de la misma forma que se puede predecir la trayectoria de un planeta o un balón de fútbol. Aún así todas las partículas se rigen por determinadas probabilidades que les proporcionan cierto grado de predictibilidad.
Algunas personas, incluyendo Einstein, afirman que hay variables ocultas que no podemos ver y que explicarían nuestra incapacidad de predecir el comportamiento cuántico.
Por lo tanto, si conociéramos estas variables el Universo sería completamente determinista, aunque realmente no importa por ahora cuál sea nuestra postura porque son los físicos que lo están discutiendo en este preciso instante. Con la física cuántica arrojando dudas (que pueden ser razonables) sobre si la idea del determinismo tiene sentido. Porque fijaros que…
Si el mundo que nos rodea es inherentemente impredecible, el verdadero determinismo no puede existir.
O sea que en cierta manera nos importaría poco si el libre albedrío existe o no.
¿Importa si tenemos libre albedrío?
A la mayoría nos gusta pensar que tenemos libertad de elección porque preferimos sentir que tomamos nuestras propias decisiones. Pero si en realidad somos robots biológicos sofisticados que interpretan el inevitable drama de un Universo determinista, ¿supondría una diferencia real? Seguiríamos sintiendo que tomamos nuestras propias decisiones, por lo que todo terminaría siendo igual.
Aunque es verdad que podría alterar nuestra indulgencia hacia el comportamiento de los demás.
Un ejemplo sería el caso de Charles Whitman, un marine de Estados Unidos conocido como el infame Francotirador de la Torre de Texas.
El 1 de agosto de 1966, Whitman mató a su madre y a su novia antes de dirigirse a la Universidad de Texas, donde asesinó a otras 14 personas e hirió a 31 antes de que la policía le abatiera.
Sigue siendo uno de los tiroteos más horribles de la historia estadounidense. Pero tiene cojjones la cosa porque un estudio reciente cuestiona que Whitman fuera realmente responsable de sus acciones.
Los médicos que realizaron la autopsia al cuerpo de Whitman encontraron un tumor cerebral que presionaba su amígdala, una parte del cerebro que es crítica para regular las emociones y controlar el comportamiento.
Whitman fue uno de los 17 casos analizados en este estudio, que examinaba ejemplos de actos criminales cometidos por personas con lesiones cerebrales.
Incluso aunque los sujetos del estudio tuvieran lesiones cerebrales en distintas partes de sus cerebros, esta lesiones se encontraron en lugares conectados con un sistema neurológico conocido como la “red asociada a la criminalidad”.
Esta red está muy vinculada con estructuras cerebrales relacionadas con la toma de decisiones y el juicio moral, por lo que los investigadores creen que las alteraciones de estos sistemas del cerebro podrían haber sido las responsables del comportamiento de estos maleantes.
Eso nos hace preguntarnos cosas interesantes.
Si nuestras acciones pueden verse influenciadas de forma tan significativa por lo que ocurre en nuestros cerebros, ¿cuánta capacidad de elección tenemos sobre lo que hacemos?, ¿dónde dibujamos la línea que separa la responsabilidad moral de la legal? En última instancia, ¿hay muchas diferencias entre nosotros y ese oso ladrón de miel?
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