En 2009 descubrí la película Hacia Rutas Salvajes (en inglés “Into The Wild”).
Siempre he dicho que las historias basadas en hechos reales tienen un efecto mucho más profundo, así que no me extraña que esa película se ha convertido ya en un icono.
En este caso la historia de Chris McCandless es totalmente real y creíble, pero fue tan bien contada con su libro y film, que no es de extrañar que se convierta en una de las películas favoritas de muchos, el cual me incluyo.
No me atrevo a volverla a mirar porque creo que ya no la entendería de la misma manera que con mis ojos de adolescente.
¿Por qué me marcó tanto?
El chico decidió dejar su familia, amigos y vida atrás para irse a la naturaleza de Alaska a vivir sin poco más que una mochila.
No un par de semanitas, pero creo que llegó a los 2 años.
La vida de Chris no termina del todo bien, pero con tanta imagen de naturaleza y pensamiento extremista, uno no puede evitar compararlo con la vida que lleva.
Cuando la miré tenía yo 19 años y era una persona francamente impresionable. Porque bueno, justo empezaba a trabajar y acababa de dejar unos estudios sin tener idea de hacia dónde tirar.
Supongo que esta película llegó justo en el momento indicado, y que fue gracias a la historia de Chris que empecé a ahorrar.
¿Ahorrar para qué?
Bueno, pues unos años más tarde me fui a vivir medio año a Canadá. A viajar por las Rocky Mountains y un par de Estados.
Fue gracias a esta película que hice este viaje, aprendí inglés de verdad, pero también me hizo descubrir autores como Emerson y Thoreau.
En mi vida había oído a hablar de estos filósofos, pero como fueron los detonantes que hicieron que Christopher dejara la sociedad atrás, era de calle que me terminaría comprando esos libros.
Llegó a mis manos el libro Walden, de Thoreau. Uno de mis libros favoritos a día de hoy y eso se tradujo a llegar a leer cosas de Bukowski, o “On The Road”, de Jack Kerouac.
El autor más clásico de la beat generation.
Unos escritores que bueno, lejos de producir escritos parecidos a las frases profundas de Thoreau, también ponían en perspectiva la sociedad en la que vivimos, a escribir tal como te sale de la mente, pero también al anhelo de viajar que empezó a recorrer mi sangre al cabo de 20 páginas.
Poco después de esto, pedía una excedencia en el trabajo y me iba medio año por tierras canadienses y americanas.
Aunque tengo que confesar que hoy en día a penas leo, y básicamente escucho audios y escribo para digerirlo, debo en un porcentaje del tipo de persona que soy a muchos de esos libros.
En el camino del típico emprendedor online, todos nos leemos “La Jornada Laboral de 4 horas”, “Pensar rápido, pensar despacio”, “Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva”, pero a decir verdad, poco me acuerdo de su contenido.
Muchos se pueden resumir en un par de ideas.
Poco me marcarían, porque me acuerdo mucho más de los autores que he mencionado, y creo que sé por qué.
Hoy vengo a abrir la puerta del jardín…
Para que nos sentemos en un banco a hablar porque la autoayuda es la hija bastarda de la filosofía.
A medida que la sociedad actual en la que nos encontramos nos va haciendo perder cada vez más en el abismo que somos nosotros mismos, es normal que cada vez se coja con más fuerza a los apoyos morales y psicológicos que cada uno crea oportunos, o si más no, con los que sentimos que podemos encajar más con nosotros mismos y nuestra personalidad.
Con apoyos me refiero a herramientas.
Herramientas que nos hacen sentirnos un poco más fuertes, nos hacen conocernos mejor, o simplemente nos tranquilizan y aíslan del resto de cosas.
Herramientas de desconexión que veces no sólo son “extras”, si no que son necesarias para no terminar en una locura recurrente.
Algunos deciden meditar y encuentran que encajan bien con un rato diario en silencio. Pueden ordenar la mente, respirar y encuentran que con el paso del tiempo y manteniendo esta práctica, las cosas del día a día les irritan cada vez menos.
Ya comenté en un capítulo sobre dormir, que de momento no he tenido la paciencia para hacer esto. Aunque sí que me ha servido mucho más hacer media hora de estiramientos justo antes de ir a dormir, para así también utilizarlos como excusa para no mirar pantallas azules antes de acostarme.
Esto de los estiramientos es sólo un ejemplo porque la necesidad para conectar con nosotros mismos, es cada vez más fuerte para la mayoría. La suma de estímulos de fuera, también lo son cada vez más, y notamos que hay algo que no está del todo conectado con nosotros.
No es casualidad que multinacionales de redes sociales y medios de comunicación o tecnológicas utilizan equipos de psicólogos especializados para engancharnos a sus invenciones.
¿Sabías que cuando entras en Twitter las notificaciones que puedas tener tardan un segundo en aparecer?
Es para sacarnos esa hormona: la dopamina. Nuestro cuerpo la deja ir cuando vemos el numerito que hay en la barra de notificaciones de cualquier red social.
Y después muchos me preguntan porque llevo 3 años sin internet en el móvil. La respuesta es simple: así al menos puedo hacer dieta de dopamina mientras camino y estar por lo que me pasa por la cabeza, sin coger ese tick de mirar el móvil por si algo me ha escrito un Whatsapp.
Si algo es urgente: llamaré o seré llamado.
Esta es sólo una de mil y una estrategias.
De las otras mil, no tengo ni idea, pero miedo me daría conocerlas.
Como digo todos necesitamos desconectar de tanto estimulo, pero la meditación o los estiramientos eran sólo unos ejemplos.
Son ambas actividades físicas que se traducen a una serenidad mental, pero… No son para todo el mundo.
Algunos lo único que necesitan es tener un buen grupo de amigos, sentirse acompañados durante un rato cada día, para insultar vía cerveza en una terraza al sistema actual, y este es todo el apoyo moral que necesitan para dejar atrás el estrés y la rutina.
O al menos hasta mañana. O la próxima ronda de vermut.
Cuando toque volver a correr en la carrera de la rata.
La carrera de la rata es a lo que llamamos a la típica vida estándar adulta de crecer, estudiar, encontrar un trabajo, emparejarse, comprar una casa, tener hijos, nietos y morir.
No creo que tampoco haya nada de malo en seguir este camino.
Hay personas que son realmente familiares, y que se sienten totalmente llenas cumpliendo estos objetivos, que se pueden maximizar más o menos en cada ámbito según el empeño que le den.
Casa más grande, pareja más increíble, cantidad de hijos, sueldo elevado… Lo que sea.
Al fin y al cabo las maneras de manifestación de propósito son muchas.
Pero claro, escuchamos esto de propósito y nos viene a la mente algo descabellado. Una empresa rompedora, un invento descomunal, una aplicación innovadora, un hobby o un arte que se convierte en un nueva estándar mundial para los que lo practiquen, o lo que sea.
A veces tratamos el propósito como si fuera sinónimo de grandeza.
Creo que mi generación millennial tiene bastante que ser culpada sobre esto. Se vende tanto el “rollito” emprendedor, y éxito, que al final hemos prostituido estos conceptos, y aún peor, hemos prostituido el concepto de propósito para que termine significando algo más grande que lo que nosotros mismos queramos definir.
Sólo que mires un post de Instagram o un vídeo de YouTube de los famosos “gurús”, tu feed de recomendaciones se llena de publicaciones de este tipo para que puedas juzgar lo que se mueve en mi generación.
Coches de alquiler, fotos con un montón de filtros, un viaje paradisíaco que el único propósito que tenía era hacer esa foto.
Si un momento es tan épico, ¿necesitaría hacer una foto para acordarte?
Si necesitas hacer una foto para acortarte, ¿realmente es un momento tan épico?
Pero…
¿Que tendría de malo que tu propósito en la vida sea tener una casa bonita?
A ver. Pienso que los propósitos tienen que ir actualizándose, pero sin duda tener una casa bonita (o fea) en el que puedas tener el estilo de vida que quieres, puede ser perfectamente algo en lo que trabajar durante años y años, antes de tener otro propósito.
Tal vez después de esto el propósito pasa a ser tener un jardín 100% autosuficiente.
Son muchos años trabajando para tener el sitio de tys sueños y realmente no es fácil conseguirlo para la persona con una carrera profesional media.
Sueña con tener su jardín, plantar sus tomates, sus plantas, relajarse en una mini piscina, acariciar a su perro mientras recoge lo que ha sembrado.
Un propósito y un estilo de vida que muchos de mi generación tacharían de aburrida, rutinaria o robótica.
Y no me extraña que muchos lo llegaran a etiquetar así después de consumir lo que la mayoría consumimos en la actualidad. Instagram, YouTube y Twitter.
Que nos hacen dudar de lo que queremos, y sólo por ver gente “guay” ya decimos, “¡pues ya no quiero eso y ahora quiero esto!”
Si a mayoría de humanos no fueran personas que al cabo de unos años no pensaran en asentarse en algún momento, la raza humano se extinguiría.
Pero… Bueno.
Aquí sí tengo que confesar algunas veces es lo mejor que podría pasar para el planeta.
De eso no hay duda. No si lo miramos desde nueva perspectiva, pero de estándares globales de naturaleza.
Por muy técnico que suene esto.
Una muestra bien clara es mirando al claro descanso bien merecido de la Tierra tras la pandemia del Covid-19.
Se vio cómo los índices de contaminación se redujeron dramáticamente. Los animales salían por las ciudades desiertas, y los ríos volvían a llenarse de agua del color que los críos la dibujaban: azul.
Pero yo también soy humano y por mucho que hayamos llevado nuestra sociedad por el camino capitalista equivocado, en vez del camino capitalista correcto, es normal que quiera que los que conozco y nuestras descendencias tengan una larga y próspera vida.
O bueno, con el corazón en la mano: que al menos la mierda no llegue a tocar al ventilador mientras yo esté vivo.
Tampoco soy tan pesimista como para desear terror y destrucción a lo que conocemos. Sólo cambio. Drástico. En algún momento.
Y no hace falta sermonear a nadie con eso de “cada cambio empieza con nosotros mismos”. Lo sabemos de sobra.
En tanto caos, información pesimista, y estímulos, ya hemos mencionado meditación, amigos, buen círculo social o la rutina que queremos.
Incluiría en esto una buena serie, película o una buena novela para desconectar, pero al fin y al cabo esto nos sirve precisamente para eso. Para desconectar.
Eso del libro suena muy bien. Te imaginas una persona en plan chill, al lado de una ventana en un día lluvioso, con música chillstep, y como digo todo suena divino.
Pero sólo hasta que este momento dura. Después tocan al menos 40 horas semanales de lo mismo sólo para buscar ese momento de desconexión. Que en vez de una novela romántica lo cambias por una película, y está haciendo la misma función: desconectar. Al final sólo cambias el formato.
Algunas personas salen de la desconexión vía novela fantástica y deciden entrar en la filosofía.
Es probable que en un intento de mejora personal, el primero impulso en Amazon, en una biblioteca o librería, queramos tumbar hacia los títulos que ponen respuesta directa a todas las preguntas que tenemos sobre la vida.
¿El problema con la autoayuda?
Que en la autoayuda un autor te intenta dar pastillas vitamínicas de conocimientos ya digeridos por ese autor. O aún peor, muchas veces por otro autor pero copiadas y reescritas, explicadas de otra manera por otra persona.
La filosofía por otro lado te da un abanico mucho más amplio de posibilidades.
En vez de decirte como es el mundo, te pregunta como es este. Te lo pregunta de una forma que te cuestionas cosas que antes no habías hecho y te fuerza a pensar para que llegues a tus propias conclusiones.
Por esto siempre he dicho:
La autoayuda es la hija bastarda de la filosofía.
Pero joder. Lo que cuesta de leer y entender a veces.
Aquí también hay un peligro añadido.
¿Podemos llegar a las conclusiones correctas si no tenemos toda la información o si la tenemos a medias?
Por eso los antiguos filósofos eran gente de mundo que ya habían vivido. Y es por eso, que por muy anciano que fuera un filósofo, llegaba a sus propias conclusiones pero aún así, planteándolas en forma de pregunta.
Al fin y al cabo, era más que probable que este señor no supiera todo lo que hay que saber para responderlo correctamente.
Pero el hecho de preguntarlo permitía tener la “cabeza abierta” para poder considerar aún más más posibilidades y poder pivotar una corriente de pensamiento.
Aquí me pregunto, ¿cuándo es la última vez que quedé con alguien que no hacia más que hablar de él mismo?
¿O tal vez fui yo el que sólo hablaba de mí?
¿Cómo me podría hacer preguntas a mí mismo si con los demás sólo espero que me pregunten y sólo espero decir todo lo que quiero decir sin siquiera saber que tengo toda la información?
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